domingo, 28 de marzo de 2010

En la isla oscura de un corazón solitario

En la isla oscura de un corazón solitario cruzóse la fortuna con el infortunio por la pena corroyendo, bien adentro, el espíritu maldito de su alma en descomposición, teatralizando aquello que una vez fue su vida y que mañana sería su muerte, anunciada por batas blancas de caras serias, introducido en la cuenta atrás de horas insulsas, carentes de cariño, entubado por aparatos que prolongarían la agonía del recuerdo de un adiós que ni Dios entendía, el dolor de su alma no había droga paliativa que lo pudiera suplir, sentía miedo a la inexistencia, no creía en otra vida que la lamentable forma de su transitar por el mundo, arrugado por mil batallas, circunstancias varias, ahogado en dudas sempieternas que carecían de sentido en el momento decisivo en el que se encontraba, lugar común del resto de los mortales que con él compartirían destino, letras dispersas de una mala canción de fiesta mayor de pueblo orquestada en acústica pésima resonaban en su turbada mente, mientras acudían a su mente la imagen desnuda de Eva sobre la tarima de la piscina, balanceando su pie en el agua, traviesa y con los pezones apuntando directamente a su boca en un domingo de pasión tras una noche de juerga triunfante, allí desenvuelta, segura de sí misma, disfrutaban encantados del momento, sin saber muy bien el cómo ni el porqué, gozando sexualmente de las veinticuatro horas más trepidantes de sus cuarenta y tantos años. Pero llegó el lunes y éste amaneció con una nota de despedida, con su lado de la almohada aún caliente cuando despertó de la ilusión de un sueño fulminado a la semana siguiente en la cama de un hospital, mirando al blanco techo de la habitación de la UCI  mientras moría sin dejar testamento ("¿ para qué ?, que el Estado aproveche la fortuna material de una existencia desigual") ni a nadie que le llorara, mas un ramo de rosas, tras una elegante figura de gafas oscuras, despositóse en los restos que resguardaban un nicho anónimo en la colmena fúnebre de un cementerio y en el andar femenino que dejaban atrás el taconeo de unos zapatos alguien derramaba una lágrima por su ausencia.

1 comentario:

Josep Capsir dijo...

Por fortuna siempre hay alguien que llora nuestra muerte, como mínimo el principal implicado.
Muy buen relato Grhacos.

licencia

Dosis Diarias