domingo, 16 de enero de 2011

El imperio de la ignorancia.





              EL IMPERIO DE LA IGNORANCIA I

1.- ENTRANDO


- ¡ Suéltame, es mi  decisión  !- exclamó el andante ciudadano de figura alargada y flaca, con los brazos clamando al cielo, diríase que podía parecer  un árbol de hojas caducas. Salta el precinto de seguridad y avanza con paso firme. La gente le rogaba  que no fuera, nadie  lo había logrado en los últimos ocho años, yo mismo intenté sujetar su brazo, fui yo al que gritó. Fue su última oportunidad. Entró por aquella puerta giratoria y pese a la expectación generada,  dos horas después, ya se sabía que no saldría de allí, desaparecido  donde fuera que lleváranse a los civiles categoría Be negativo, con el brazalete bien visible,   que entraban en aquel siniestro lugar. Las teorías eran múltiples, las certezas igual a cero al cuadrado.
  
  Fuime pensativo a casa, caminando entre la multitud curiosa que se agolpó a escasos metros, cabezas gachas,( categorías Be neutro, Be negativo e incluso Ce positivo), con la indolencia del que nada hace.

¿ Qué sería lo que ocurría en aquel lugar ?. 

  Era el sexto desaparecido en un mes. La desesperación cundía entre la población. La crisis que mandó todo al carajo, excepto a los privilegiados que nunca pierden, se alargaba en exceso, pese a las subvenciones para alimentos y las comunas en pisos de extrarradio, la gente comenzaba a desesperar de aquella vida, carentes de sueños, limitados a las certezas que otros dictaban, recordaban tiempo pasados  cuando todo lo tuvieron y nada retuvieron.

   En la simpleza consustancial a mi persona, con el pensamiento encerrado en un bucle continuo de preguntas y respuestas sin sentido, pretensiones ni rumbo fijo, tomo la determinación suicida de ver lo que se estaba cocinando en aquel lugar, todavía quedaban derechos a los ciudadanos ociosos forzosos como la primera persona del singular tomada de protagonista en una historia más de no se sabe qué fabulador de vidas ajenas disponiendo e indisponiendo a diestra y siniestra.

   Regresé. No sobre los mismos pasos que había desandado, nunca volvía por el camino ya hecho, sino tomando un rodeo que evitara las miradas curiosas dispersadas en sus desengaños y mensajes gubernamentales apoyados en los números trucados de financieros ávidos de sed y billetes verdes, azules, marrones que una vez decían una cosa y la contraria, según premeditada conveniencia, y en otras decían lo contrario más el reflejo de lo que ya habían dicho con otras palabras. Los que nunca pierden, porque aún perdiendo el resto de la masa mediocrizada en consignas adulteradas, ellos nunca lo hacían y si lo hacían era para disimular su pena de avariciosos, sufrían tanto por tener tanto y que otros padecieran su avaricia que tenían que refugiarse en la buena vida que su condición les otorgaba para poder olvidar el trauma de sus conciencias yermas en ideas colectivas. Darwinismo social con truco y trampas, oportunidades desiguales con desiguales resultados. El imperio de la ignorancia.

   La entrada, desierta la calle. Un viento incómodo recorre la melena que cae sobre mis hombros. La barba de ochenta días irregularmente cortada a cachos desordenados. Colonia barata perfumaba el cuello de la camisa, ligeramente ennegrecida por los puños. La mano que una vez fue bella y suave empuja la puerta. Penetro en la estancia, el corazón se acelera y la mente se perturba en miedos inconcretos. Temblorosos los pasos que me acercan a la incertidumbre de lo que era un día normal, corriente como muchos otros, y podía ser el final de una existencia a la que por más que tratara de encontrar el sentido en mis filosóficas borracheras de las tardes sin luz no veía la forma de acabar con el teatro de la mentira.

- Buenos días, señorita - balbuceo con voz encascarillada y ronca mientras ojeo el escueto escote de una cara maquillada de perfectos pómulos.

El buenos días quedó flotando en el aire como una melodía por desencadenar, apareció un robusto trajeado de nudillos prominentes, ceño fruncido y arrugas en la frente de una calva naciente. La chica de pómulos perfectos pareció sonreír en un rictus bucal imperceptible que la hacían aún más bella. Los nervios atenazaban el nudo hambriento de mi estómago, pan con sucedáneo de margarina de un desayuno ya lejano  algo remoto en esa tensa espera, en este atrevimiento del que me arrepentía pero al que no podía renunciar. Se abrió otra puerta, se escuchaba música, bullicio entre palabras y risas, atónito y silencioso, espero.

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