miércoles, 16 de enero de 2013

EN LOS ARRABALES


  Unos arrabales de la realidad prófuga, esperan al diablo para cuando los quiera llevar a todos, alocados y vitales, entre pasiones que viven en burdeles baratos, en los suburbios ocultos de los que Juan íbase alejando, suspiraba, mientras entregaba el capital de su inteligencia superlativa, su alma, a los encorbatados intereses que parasitarían su calidad innata. La muerte siempre rondando en medio del caos y el desorden de los que nada tienen, bailes rítmicos en la calle, cuerpos desbocados al filo de la navaja y música hipnotizante en el audio de aquel cochazo con los portones abiertos de ventanas oscurecidas, chicas en minifaldas, chicos de gorra del revés, enjoyados en cadenas de oro y anillos deslumbrantes. El sudor lubricaba y daba brillo a esas pieles de matices diversos, en el ocaso de un nuevo día, al dictado de un sol que se fundía en las brumas de la noche.
  La negra talludita esperaba paciente bajo la luz intermitente, como la buena vida, de una farola, las caricias perdidas de algun jamelgo que la quisiera besar y dormir caliente entre sus brazos.
  Juan sonreía a todos los que su mano chocaban, buscando los ojos de Juana, entretenida en un subir y bajar de sus perfectas caderas al ritmo de negros movimientos, el calor, las cervezas frescas hacían el resto. La frontera imaginaria de esas calles les permitía ser libres en la jungla de asfalto en la que habitan, de la cual, ellos, eran sus tribus que movíanse al latir sordo de la metropolis que canibalizaba sus existencias y que de tanto en tanto permitía a uno de los suyos cruzar, en aventura de decepciones con capas de humillantes miradas, resurgiendo de esa nada que lo era todo y de la cual provenían. Aquel mestizo, Juan, de ojos trasparentes, era su última víctima, excelencia de una familia rota, de olor a barrio, entre libros sucios y sensibilidad desbordada en cubos de basura que nadie parecía recoger, que agudizaban los sentidos de supervivencia en un entorno hostil con el débil, pero que acogía al eslabón de una sociedad corrupta y sin sentimientos que expulsaba sus debilidades a la periferia de los desheredados de la tierra en la que se encontraba. 
  Juana lo vió, pero hacíase de rogar. Crecieron juntos, entre juegos, se hicieron adolescentes, entre juegos, descubrieron el placer de unir sus cuerpos medio adultos,  sexo convertido en vicio, escape ardiente de la realidad que los rodeaba. Ella, otra excelencia en un entorno hostil, pero dificultada por su condición de mujerrecogeplatos y ayudaatushermanos, manoseada por ínfames individuos, familiares o no, encontró su país de las maravillas con él, pero él se iba, al otro lado de la invisible frontera. En su abandono, decidió mimetizarse con el gentío del barrio en ese atardecer caluroso, rondada por miradas turbias, danzaba, mirando sin mirar,  Juan la esperaba sin esperar. Triste. Triste por abandonar la rutina de esa vida, él, que ya había estado al otro lado mientras estudiaba en aquel paraiso de apariencias y abundancias que era todo menos paraiso. La falsedad y la hipocresía era moneda común de los que todolotienen eso y el miedo a perderlo todo, vivían con todo, pero tenían sus miserias, competitivos, voraces se olvidaban de vivir la vida , la única que tendrían, ahora él formaría parte de la ciudad civilizada, pero Juana no iría con él y eso le encogía el corazón, era la mujer que más amaba tras su madre muerta por suicidio causado por sobredosisdetranquilizantesmásbotelladegüisquibarato hacía un lustro. El tipo con el que bailaba se daba cuenta de esas miradas, lo observó con odio en la distancia, como león en disputa por la cópula de la leona tenía que hacerse valer, se dirigió hacia su silla, pese a las súplicas de ella, cuatro palabras malsonantes se cruzan entre una muchedumbre ávida de sangre, pero resopla la sensatez de los pocos y el ritmo de la noche se vuelve a sentir, entre mosquitos y fétidas partículas de orines provinientes de un oscuro callejón.
Decidió marchar, pese a las sugestivas intenciones de Mariana, pese a sus tentadoras caricias y a la generosa linea de su escote que amarraba unos más que excitantes pechos.
Marchó tras su sombra, con la tristeza de Juana en los ojos, ella no marcharía del barrio, su culo sería pasto de manos machizoides, tendría que luchar con el día a día de una existencia en los arrabales...

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