sábado, 26 de junio de 2010

Solitud

Sin poderlo remediar sintió el golpe sordo de la puerta al cerrase como un disparo al centro mismo del corazón negro, con la melena negra oscilando en los pequeños pasitos que la deslizaron entre lágrimas sollozantes a la salida de una infeliz estancia que había dejado a un hombre de cuarenta años, arrugas bajo las ojeras, entradas prominentes de una frente que bullía en pensamientos delirantes. 

Tragó de la botella abierta la impotencia que sentía ante su marcha, sus andanzas, la insensibilidad vomitada en soeces gritos que ni él comprendía, su autosuficiencia sentimental quebrada por su ausencia, ahora que no la tenía por fin la amaba, sensaciones desconocidas penetrando  en la fortaleza, allá donde prometió que nadie entraría cuando descubrió en su juventud a Juana, su primera novia, el love de su incipiente vida, con Juan, su mejor y único amigo, hasta entonces y después no hubo otro en quien depositar, despojado de sus infinitas deconfianzas, su amistad, allá los oteó tambaleante en la playa revolcándose desenfrenados, excitantemente eróticos en sus desnudos cuerpos jadeantes, gozándose, no lo volvieron a ver, no volvieron a cruzarse una palabra, y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, una frase que luego escuchó en la canción de un tal Sabina.

Empezó la lista de mujeres sin nombre.

Estremécese con un escalofrío de dudas, imagenes asaltando sus recuerdos con su sonrisa, la alegría de sus abrazos matinales, ese beso en la mejilla de su indiferencia calculada, dejándose querer, haciéndose  de rogar, ese número de teléfono caído del pantalón, con el nombre de otra, discusión, dolor, lamentos, explicaciones sin sentido, lugares comunes de otras, pero esta fue la más evidente, la última que pasó el tamiz de su credulidad. La quiso llamar, pero no pudo. esperaba lo perdido en vano, en aquel sofá con aquella botella que enturbiaba el lamento de sus penas, solo, sin amigos, sin ellas, una lista interminable de chicas sin rostro definido, atraido por sus caderas pero no por sus corazones, usando y dejando lo consumido en el limbo de una llamada que nunca llegaba.

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