domingo, 21 de noviembre de 2010

Lo que alguna vez fue

  

  Enroscando la suerte a los sueños profundos de la pata de la cama, desapegado al insulso latir de la vida allende las cuatro paredes de aquel cuarto de algún lugar olvidado en sus años y por la enfermedad inevitable del envejecimiento solitario, sujeto a la sonda que gota a gota le proporciona el alimento que no puede ingerir ni deleitar su maltrecho paladar llagado en infectas heridas purulentas, maltrechos todos los órganos vitales, la existencia iba apagándose en aquel hospicio final de monjas ajadas en sufrimientos etéreos, de aquel niño que fue con todo por hacer se había transformado en aquellos ojos  de anciano entrecerrados que ya no veían más que imágenes borrosas de una ventana que daba a un muro de indiferencia. 
  Ya que eran sus últimas visiones hubiera preferido ver algo más.
  La acritud de su saliva seca encogía el corazón cansado de latir, olvidado el amor y el cariño qué le quedaba en aquel triste final del camino sino un respirar entrecortado y lastimoso. Un futuro funesto de cuervos aleteando los restos del vivir. Vivía sin ser mas no quería morir, la inexistencia, el abismo del vacío, el olvido del traquetear de sus huesos por el mundo ajeno a su desdicha.
  Un último suspiro acompañó al cese de sus fuerzas,  el cuerpo inerte sobre la cama, un médico, alguien, certificó la hora del deceso su muerte, la sábana cubriendo su rostro sin expresión y lívido, los aparatos desconectados ante la inutilidad por el desuso del que allí yacía. Tenía nombre y apellidos, mas nadie los recordaba, un nicho de caridad acogió los restos de lo que alguna vez fue y ya no era.


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