Caricia delicada sobre la mejilla
de un rostro compungido
por un sollozo ahogado en el sentimiento,
lágrimas que humedecen los dedos
temblorosos, culpables por traicionar
la confianza desconfiada de lo
que hasta minutos antes fue,
y fue una relación bella mientras duró
el encantamiento con que la pasión
arrastraba a aquellos cuerpos
al roce desnudo de las sábanas
enlazadas entre sus piernas,
allá donde la razón
pierde sus argumentos
frente al corazón ardiente.
Hiriente confensó la verdad
oculto tras una sonrisa mentirosa,
la foto de sus tres hijos y
de su mujer en la cartera entreabierta,
las palabras de amor profesadas
en suspiros y jadeos mutuos
cayeron cual castillos de arena
golpeados por olas de estupor y desengaño,
violentada en su inocencia,
acusado en su propia mentira
dejaron escapar
el orgasmo retenido
temblando en el placer
del momento repetido varias veces
esa noche.
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