miércoles, 8 de diciembre de 2010

El olvido se apodera del yo


"Escucha bien lo que te digo", fue lo que dije, pero no escuchó , acaso siquiera oyó el runrún de mis palabras emitidas en la desesperación del que se le han acabado las mentiras  llenas de engaños, perfidias y traiciones (algo que había escuchado en  alguna canción de no recuerda qué autor),  y se fue pensativa, con lágrimas pesadas que ennegrecían el perfecto pómulo de su mejilla derecha, tantas veces besado, amado y sentido.

 No esperó a ver el rastro de sangre que brotó de mi labio inferior cuando el bofetón me dió, ni el "espera, puedo explicarlo", ¿qué quería explicar que las fotos y los mensajes descubiertos por la soberana casualidad no explicaran por sí solos?, agarró el pomo de la puerta, un último sollozo regurgitado del pecho, directo desde el corazón roto, ahogando el sentimiento de ira y frustración, nada que canciones de amor y desamor no rehicieran en aquella belleza que por allí salía para no volver, dejando al idiota de las faldas perdidas entre sabanas de  lujuria  y gemidos, siempre con otra nunca contigo amor (resonaba la canción de aquel que cantaba y del que no me acordaba), en aquel momento final del camino, uno de los tantos por los que mi vida transitaba, con el desconsuelo por el daño infligido, pero autista en sentimientos que no se desperdiciarían por la culpa tan cristianamente católica que envolvía la mía existencia hasta que mi ingenuidad se quebró en una de aquellas traiciones sufridas por mi yo, propio y desengañado, amando ciegamente y traicionado por los poemas de amor que con devoción me creía. Se hizo dura la piel del escepticismo que invadió el alma de este loco que de algún modo se dedica a describir las desazones alma que late tras el corazón negro.

"¿Y tú, qué buscas de mí?", le dije mientras por enésima vez bajaba llenando de besos ese corpachón, desde el cuello hasta el tabú de mi entrepierna, bajando y entreteniendo sus caderas en el suave ir y venir de su lengua en mi pezón izquierdo, adornado por un piercing que retenía con sus dientes con excitación manifiesta e impregnada en deseo transpirado por gotas que brillaban en la penumbra de una lampara de bombilla ecológica alumbrando los remordimientos con olvido, los sentidos que ya perdí para siempre con las siempre agradables caricias de aquella desconocida que me conquistó haciéndome conquistador de sus besos, a ella le había contado mi pequeño percance del anterior día en el que, la mujer de mi vida hasta entonces, no sería la mujer de mi vida de la canción de aquel autor que aletraba sus canciones a través de mi existencia, ¿o era al revés?, tanta era la confusión dura del momento que latía oculto bajo las sábanas que hizo que perdiera de vista el mundo para satisfacer la lascivia de aquella desconocida en una habitación cuatrocientos tres de un hotel de medianoche.


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