Tu incipiente calva la hizo pensar (tuvo ese lapsus interruptus), a pesar de que odiaba pensar (¿cuándo?) cuando enterrabas la cabeza entre sus piernas y la besabas con inigualable delicadeza (sólo ahí, nunca ya en los labios de su sonrisa), poco a poco, haciendo largo el tiempo en el que te decidías, pero dispersó fugazmente su cerebro, reflexionaba (impropiamente
a lo que estabas recorriendo con la lengua) que te había conocido con
gran melena, que en aquel entonces te agarraba con desesperación (sin reparar en absurdas ideas) en los momentos en los que como aquél te arrodillabas ante sus siempre rasuradas ingles. Que en aquellos tiempos en los que no le
daba por pensar estupideces te amaba con la misma pasión que tú le
ofrecías. Que sus pensamientos no se disipaban en tonterías que nada
tenían que ver con la punta de tu lengua moviéndose con rapidez
alrededor de tu clítoris. Pero, a pesar de ello, entre lúbrica lúbricas, continuaba deseándote sexualmente, continuaba disfrutándote como a un extraño, o quizás por eso, y te volvió a pasar sus finos dedos sobre ese gran hueco, acompasando el ritmo, relajándose , rindiéndose a las oleadas que empezaba a sentir, mientras, en ocasiones, la
mirabas levantando tus bellos ojos de extraño, de extraño marido
estúpido, de estúpido amante que derrites sus defensas. Lujurioso y
pasional, aceleras su deseo por tenerte dentro, pezones endurecidos que acaricias con besos y manos, mientras una esperada primera ráfaga de placer arquea su espalda,
a la que ayudas apretando sus perfectas nalgas, y ahí te detienes y
disfrutas de sus primeras pequeñas convulsiones entre grititos ahogados
por una musica de fondo que ya nadie escucha. Es entonces cuando te
elevas, ahora sí, recorriendo con besos el camino de su cuerpo desnudo, y
te recibe la dureza de tu pene excitado, con ojos dulcemente
embelesados, sin besos en la boca (como desde hace mucho tiempo,
pactado en el desamor que se tenían) , con gemidos estremecidos
ahogados en mordiscos sobre tu pecho, porque tanto te da que te quiera
si la posees, aunque no imagines ni te importe acaso lo que pensaba
sobre tus pelos inexistentes, suicidados entre peines y cepillos, pensamientos que ya no importaron entre jadeos varios (suyos y tuyos), con tu cuerpo duro cubriéndola,
tu polla acuchillando su coño, vaivenes enfurecidos respondidos con
uñas arañando tu espalda en violentas explosiones de placer mutuo, en minutos eternos , gemidos de extraños pero casados, ella olvidándose de esa calva que acariciaba entre espasmos interiores, tú dando el calor de tu fluido seminal abrasando su interior en incontenibles ráfagas de placer.
Después
te separaste de ella, sin palabras, vencidos, cerrando los ojos,
fumando el cigarrillo que ya no fumabas porque lo habías dejado, os
habíais dejado hace tiempo, pero no en aquel momento.
Humillados, pero, de haber vuelto a caer en la tentación del deseo oculto en fulana y mengano, siendo una la primera y el otro lo segundo.
Humillados, pero, de haber vuelto a caer en la tentación del deseo oculto en fulana y mengano, siendo una la primera y el otro lo segundo.
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